Cuidado con lo que hacemos!

30.6.10

EXHIBIR LO QUE DEBE ESTAR OCULTO
Sin censura, por Castillo

Desde que Pablo VI estrenó la práctica de los viajes del papa por el mundo, se ha introducido en la Iglesia una nueva manera de hacer presente el Evangelio que - hay que decirlo desde el primer momento - es literalmente contraria al Evangelio. Se trata de la evangelización mediante grandes concentraciones, que se preparan cuidadosamente y en las que se invierten cantidades asombrosas de dinero. Para que la gente nos vea. Para que todo el mundo se entere de que la religión sigue viva, de que el papa es importante, de que los obispos tienen una presencia social que hay que tener en cuenta, etc, etc. El gran maestro y difusor de esta nueva pastoral eclesiástica ha sido, como bien sabemos, el papa Juan Pablo II. El papa que más ha viajado por el mundo entero, el que más multitudes ha concentrado, el más aplaudido, el más famoso. Y, sin embargo, el papa que, al morir, ha dejado una Iglesia metida de lleno en una de las crisis más profundas de la la historia del cristianismo. El conocido escritor John Cornwell, que publicó no hace mucho un excelente estudio sobre Pío XII, terminaba diciendo lo siguiente a propósito del pontificado de Juan Pablo II: "La tesis de este libro es que cuando el papado crece en importancia a costa del pueblo de Dios, la Iglesia católica decae en influencia moral y espiritual, en detrimento de todos nosotros".

Y es que, a mi manera de ver, el problema, que aquí se plantea, es mucho más serio de lo que seguramente imaginamos. Jesús dijo de forma terminante que el Padre del cielo no quiere que vayamos por la vida exhibiendo nuestra fe, nuestra religiosidad, nuestra ejemplaridad. Es más, Jesús insiste en que Dios no ve lo que se muestra en público, para que la gente nos vea, nos admire, nos aprecie, note que somos buenos y ejemplares. El Dios del Evangelio "sólo ve en lo oculto" (Mt 6, 5-6). Dios está ciego para ver las grandes exhibiciones de la fe y de la religiosidad. Ni Dios quiere ese tipo de pompas clericales, que son eficaces para hacernos una falsa idea de nuestra presencia en la sociedad, en la cultura, en el corazón de la gente. Enorme engaño. Y más enorme mentira. Cuando el Evangelio habla de este asunto, no se refiere solamente a que lo hagamos todo con mucha humildad. No es cuestión de humildad simplemente. Es cuestión de laicidad. Jesús fue un laico. Que cuando rezaba, se iba a sitios solitarios, al campo, a los montes, donde nadie lo veía. Los apóstoles de Jesús no se dedicaron a pagarle a la gente para que acudiera a oír a Jesús. Sin embargo, ahora sabemos que los obispos organizan viajes de gentes que van a Roma, para que en el Vaticano se pongan contentos y piensen que la juventud no está tan mal como dicen los rojos de siempre, los progres de siempre, los resentidos de siempre.

Es urgente que la Jerarquía haga, y que todos hagamos, un profundo examen de conciencia sobre cómo estamos orientando la presencia de la Iglesia en este mundo mediático. Si hacemos de la religión un espectáculo de masas, nos quedaremos satisfechos y hasta orgullosos, pero ¡no nos engañemos!, el Evangelio no consiste en concentrar gente, sino en vivir el espíritu y la letra del Sermón del Monte. Y, sobre todo, la realidad dura del final que tuvo que soportar el propio Jesús, precisamente cuando se vio abandonado de todos y así, solo y en su aterradora soledad, es como nos dejó para siempre la "memoria subversiva" que denuncia las contradicciones de todos los que van por el mundo exhibiendo lo que el Señor quiere que sea vida, realidad, nunca boato, apariencia, exhibición. Y nunca, por supuesto, haciendo eso a costa de gastos multimillonarios que claman al cielo desde el dolor de todos los excluidos de este mundo injusto, que se distrae viendo las concentraciones episcopales y papales, pero no cambia ni se hace mejor por ver esos espectáculos de dudoso interés publicitario. Teología sin censura.

Punto de Encuentro No. 23

La libertad tiene un precio: Sígueme.

26.6.10


Lucas 9, 51-62: Sígueme.

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.

De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.

Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: "Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?"

Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.

Mientras iban de camino, le dijo uno: "Te seguiré adonde vayas."

Jesús le respondió: "Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza."

A otro le dijo: "Sígueme."

Él respondió: "Déjame primero ir a enterrar a mi padre."

Le contestó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios."

Otro le dijo: "Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia."

Jesús le contestó: "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios."

La verdadera mano de Dios

12.6.10

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