Francisco de Asís, un hombre de paz formado por la liturgia

5.12.09

También la historia de Francisco de Asís, como la de cualquier hombre, será siempre, en cierto sentido, un misterio. Reconocer esto no impide seguir estudiándola, gracias también a los resultados ya alcanzados. Justo en esta perspectiva se está reconociendo el papel importante, por no decir fundamental, de la liturgia en la historia de Francisco
por Pietro Messa.

Hay que reconocer que, en cierto sentido y respecto a otros santos, Francisco de Asís ha tenido una suerte envidiable. En 1992 The Time Magazine lo declaró uno de los hombres más representativos del segundo milenio; ha sido estudiado por centros de investigación universitarios laicos y no laicos, son innumerables las publicaciones científicas y de divulgación dedicadas a su historia, narrada también en varias películas, y es reconocido como referencia ideal por personas de diversas culturas y religiones. Añádase a todo esto la elección de Asís, la ciudad de san Francisco, por parte del Juan Pablo II para la histórica jornada del 27 de octubre de 1986 que dio inicio al llamado “espíritu de Asís”, es decir, a ese movimiento interreligioso en favor de la paz; el Pontífice volvió el 9 y el 10 de enero de 1993 y, a pesar de las numerosa reservas y dudas acerca de su oportunidad, el 24 de enero de 2002, es decir, después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Un san Francisco, pues, muy valorizado y si bien el día de su fiesta, el 4 de octubre , no es fiesta nacional en Italia, su nombre es sinónimo de diálogo intercultural e interreligioso. Todos sabemos, sin embargo, que la frontera entre tener éxito y caer en la inflación es muy sutil, y esto vale también para el santo de Asís.

Los estudios franciscanos han examinado las fuentes inherentes a su experiencia cristiana, mientras que innumerables estudiosos siguen tratando de perfeccionar el conocimiento de dichas fuentes para descubrir el rostro de este santo, fuera de toda imagen hagiográfica o manipulación ideológica. Se ha estudiado detenidamente su formación cultural y espiritual, descubriendo varias estratificaciones, o sea: la cultura cortés, que permaneció también después de la conversión, el elemento evangélico e incluso las reminiscencias de las antiguas vidas de los Padres del desierto. Frente a estos innumerables estudios, cuyos comienzos se remontan a Paul Sabatier, parece que acerca del hermano Francisco de Asís, el hijo del mercader Pietro de Bernardone, ya no hay nada que estudiar. Sin embargo, la imagen más divulgada no sólo parece abusada, a veces se tiene la sensación de que le falta algún aspecto importante, y a veces que es víctima de alguna operación ideológica instrumentalizadora. Está claro que, en cierto sentido, la historia de Francisco de Asís, como la de cualquier hombre, será siempre un misterio. Aceptar esto no impide, sin embargo, que se siga estudiando, gracias también a los resultados alcanzados hasta ahora. Precisamente con esta perspectiva, se está reconociendo el papel importante, por no decir fundamental, de la liturgia en la historia de Francisco.

A menudo incluso la Biblia, y por tanto el Evangelio, está presente en sus escritos a través de la liturgia. […] Lo que resulta de un estudio más detallado, es que conoció la Escritura mediante la liturgia, es decir, gracias a la mediación de la Iglesia


1. Un periodo de reforma litúrgica
La época en que vivió Francisco fueron años de grandes cambios y transformaciones culturales: el desarrollo de las ciudades, el nacimiento de las universidades, el crecimiento de los intercambios comerciales, el florecer de nuevas exigencias religiosas que a menudo desembocaron en la herejía, pero también en movimientos pauperísticos. Normalmente los estudios más agudos, cuando encuadran históricamente la vida de Francisco de Asís, toman en consideración todos estos aspectos. Pero lo que nunca se toma en consideración es que esos años fueron uno de los momentos neurálgicos de la historia de la liturgia. En efecto, si tomamos cualquier manual de historia de la liturgia, podemos constatar que Inocencio III comenzó una reforma de la liturgia de la Curia romana cuyos resultados se difundieron por todas partes gracias a los Frailes menores, y dichos resultados siguen siendo hoy el elemento que caracteriza la liturgia latina de rito romano.

A principios del siglo XIII existían en Roma cuatro tipos de liturgia: la de la Curia romana, que residía en el Palacio de Letrán, la de la cercana Basílica de San Juan, la de la Basílica de San Pedro y la llamada de la Urbe, es decir, de la ciudad de Roma. Inocencio III en su programa de reforma, que tuvo uno de sus momentos de mayor expresividad en el Concilio Lateranense IV de 1215, no excluyó la liturgia. Uno de los frutos más prestigiosos de la reforma de la liturgia fue el breviario. Reuniendo, integrando y adaptando a la Curia romana, que a menudo debía trasladarse, textos que anteriormente estaban distribuidos en libros distintos, Inocencio III ofreció un instrumento manejable sobre todo a los que estaban a menudo de viaje. Este breviario, precisamente por su utilidad, pronto fue adoptado también por algunas diócesis, entre ellas la de Asís. De este modo Francisco y la fraternitas minorítica dispusieron de un libro litúrgico que pronto se demostró conforme a sus exigencias de personas itinerantes que vivían como “extranjeros y peregrinos”. Así los Frailes menores hicieron suya la oración litúrgica y específicamente la de la Curia romana, es decir, del pontífice.

2. No simplemente cuestión de oración
Adoptar un libro litúrgico u otro no era indiferente. Era algo que ya había comprendido el papa Gregorio VII, que veía con temor la disparidad litúrgica porque en algunos casos no sólo llevaba a la disparidad jurisdiccional, sino también doctrinal, es decir, a la herejía. Por ejemplo, adoptar el breviario de la Curia romana reformado por Inocencio III significaba aceptar toda una tradición anterior; la disposición en él de las varias fiestas, la elección de determinadas lecturas, el ensamblaje de pasajes bíblicos para formar antífonas, versículos y responsorios, la presencia de innumerables lecturas tanto patrísticas como de los antiguos martirologios, eran fundamentalmente el resultado de la reflexión eclesial y de las vivencias, sobre todo monásticas, del milenio anterior. Por tanto, al hacer suyo el breviario Francisco y la fraternitas minorítica se insertaron en una historia que los había precedido y que había sido transmitida a lo largo de los siglos. Esto no significa que sintieran o actuaran como si fueran prisioneros de esa tradición: de hecho, como señala una fuente, Francisco no dejó de afirmar su propia peculiaridad rechazando algunos modelos anteriores.

De todos modos, al acoger la oración del breviario, entran en esa tradición espiritual y teológica madurada a lo largo de los siglos en la Iglesia, como pude constatarse leyendo los escritos de Francisco, donde las reminiscencias litúrgicas son innumerables. Dichas reminiscencias, que técnicamente se definen casos de “intertextualidad e interdiscursividad” –verdaderas citas o simples llamadas conceptuales–, son a menudo una transmisión de textos patrísticos interiorizados por el santo. Si esto parece sorprendente, sobre todo respecto a cierta historiografía que ha presentado a Francisco de Asís como el Santo del solo Evangelio –casi una especie de precursor de la reforma protestante–, aún más consecuencias tiene el hecho de que a menudo incluso la Biblia, y por tanto el Evangelio, está presente en sus escritos a través de la liturgia. Esto, naturalmente, nos lleva a revisar ciertas descripciones de la experiencia espiritual de Francisco que lo representan como alguien que tuvo una relación inmediata, sin mediaciones, con la Escritura. En cambio, lo que resulta de un estudio más detallado, es que conoció la Escritura mediante la liturgia, es decir, gracias a la mediación de la Iglesia. Y la liturgia es ella misma una explicación de la Escritura, es decir, una exégesis. De hecho, la simple colocación de una determinada lectura en una fiesta en vez que en otra nos habla ya de la clave de lectura y de comprensión de ese determinado fragmento. Así la lectura en el Común de la Virgen María del capítulo 11 de Isaías, que habla del vástago que nace del tronco de Jesé, es ya en sí misma una perspectiva mariana dada a ese determinado fragmento, acentuada notablemente si en lugar de virga, es decir, vástago –como debería ser– encontramos virgo, es decir, Virgen, como resulta en el breviario que perteneció a san Francisco de Asís: «Saldrá la Virgen del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotará. Sobre él se posará el espíritu del Señor».

3. El testimonio del Breviarium sancti Francisci
La importancia de la liturgia en la fraternitas minorítica y en la historia de Francisco de Asís no sólo está atestiguada por la Regla de los Frailes menores confirmada por el papa Honorio III en 1223, sino sobre todo por un códice conservado entre las reliquias del protomonasterio de Santa Clara, junto a la homónima Basílica, en Asís. Como atestigua un escrito autógrafo de fray León, es decir, de uno de los compañeros además de testigo del Santo, este códice fue usado por el propio Francisco: « El bienaventurado Francisco adquirió este breviario para sus compañeros los hermanos Ángel y León, y quiso servirse de él para decir el oficio divino cuando gozaba de buena salud, como se contiene en la Regla. Y, cuando estaba enfermo y no podía rezar el oficio, quería, al menos, escucharlo. Y así lo vino haciendo mientras vivió».

El códice, denominado Breviarium sancti Francisci, consiste fundamentalmente en un breviario, el salterio y el evangeliario; la primera parte es la más consistente y está formada por el breviario de la Curia romana reformado por Inocencio III. La antigüedad del texto, que lo convierte en un testimonio privilegiado de dicha reforma y de la historia de los libros litúrgicos en general, queda confirmada por la presencia, sobre todo en las solemnidades marianas o de santos ligados al ministerio pontificio, como Pedro, Pablo, y Gregorio Magno, de lecturas sacadas de los sermones del mismo Inocencio III. Después de la muerte del Papa en 1216 su sucesor Honorio III dio carácter facultativo a estas lecturas, con lo que desaparecieron inmediatamente del breviario5. El Breviario de san Francisco es el único breviario propiamente dicho que contiene estas lecturas por extenso. Francisco usó este códice que seguramente cooperó a formar en él una cultura teológica, aunque rudimentaria, que le permitió expresar su espiritualidad y su pensamiento en algunos escritos, tres de los cuales han llegado hasta nosotros en formato autógrafo.

Considerando el papel que tuvo la liturgia en la formación cultural y espiritual de Francisco, ha de tenerse en la debida cuenta cuando se trata de comprender el mensaje del santo de Asís. Por tanto, hay que tener presente el contenido de dicho códice cada vez que se quiera profundizar en una temática particular de su pensamiento; así el papel de la Virgen María en su pensamiento será más inteligible en la medida en que se lean sus escritos teniendo en cuenta el Oficio de la Bienaventurada Virgen y de las cuatro fiestas marianas contenidas en el susodicho códice, esto es: la Presentación de Jesús en el Templo, el 2 de febrero; la Anunciación, el 25 de marzo; la Asunción con su octava, del 15 al 22 de agosto; y la Natividad de María, el 8 de septiembre. Si bien las dos primeras, es decir, la Presentación en el Templo y la Anunciación, celebran dos misterios de la vida de Jesucristo, ya desde hacía siglos habían tomado una fuerte connotación mariana, tanto es así que el susodicho Breviarium la denomina como fiesta de la Purificación de la Virgen María.

La importancia del Breviarium sancti Francisci fu reconocida y atestiguada por el mismo fray León que se lo dio a la abadesa Benedicta del monasterio de Santa Clara, en Asís, para que lo conservara como un testimonio privilegiado de la santidad de Francisco. Pero antes de entregarlo marcó en el calendario varios aniversarios de difuntos, entre ellos los de Inocencio III y Gregorio IX. Después de algunos años durante los cuales fue usado como libro litúrgico, el breviario del Santo fue colocado definitivamente entre las reliquias de dicho monasterio, donde aún hoy se puede admirar. A causa de esta importancia su portada fue decorada en el siglo XVII con dos ornamentos de plata que representan a san Francisco y santa Clara.

4. Francisco y la Iglesia
Uno de los temas más debatido en la historiografía franciscana es la relación de Francisco con la Iglesia. Unos han hablado de Francisco como de una especie de revolucionario, otros, no pudiendo contradecir las fuentes, han buscado la razón de su obediencia a la jerarquía en su decisión de vivir en la minoridad; tanto en un sentido como en el otro su actitud es vista siempre de un modo que podemos definir desapegado, extrínseco. Considerar la importancia de la liturgia en la historia de Francisco puede ayudar a comprender mejor su relación con la Iglesia: él vivió, y por supuesto no de modo pasivo, la inserción en una historia que lo precedía y que se había manifestado mediante determinadas fórmulas. La oración y la meditación de textos anteriores a él, expresión de la vida y de la santidad de la Iglesia a lo largo de los siglos, fueron para Francisco el lugar de comunión con la historia de la salvación. Precisamente por esto se mostró determinado contra aquellos que no querían rezar el oficio, come nos atestigua lo que dice en su testamento: «Y aunque sea simple y esté enfermo, quiero, sin embargo, tener siempre un clérigo que me rece el oficio como se contiene en la Regla. Y que todos los otros hermanos estén obligados a obedecer de este modo a sus guardianes y a rezar el oficio según la Regla. Y los que fuesen hallados que no rezaran el oficio según la Regla y quisieran variarlo de otro modo, o que no fuesen católicos, todos los hermanos, dondequiera que estén, por obediencia están obligados, dondequiera que hallaren a alguno de éstos, a presentarlo al custodio más cercano del lugar donde lo hallaren. Y el custodio estará firmemente obligado por obediencia a custodiarlo fuertemente día y noche como a hombre en prisión, de tal manera que no pueda ser arrebatado de sus manos, hasta que personalmente lo ponga en manos de su ministro. Y el ministro estará firmemente obligado por obediencia a enviarlo con algunos hermanos que día y noche lo custodien como a hombre en prisión, hasta que lo presenten ante el señor de Ostia, que es señor, protector y corrector de toda la fraternidad»8. Este proceso que termina con la entrega al “señor de Ostia”, es decir, al llamado cardenal protector de la Orden minorítica, ha sido considerado una de las “durezas” del hermano Francisco que tanto choca con cierta imagen suya irénica; y dicha dureza se dirige a aquellos que no rezan el breviario. Esto se debe al hecho de que esa determinada oración, y por tanto su rechazo, estaba directamente relacionada con la ortodoxia de la persona y de la comunidad.

El axioma lex orandi, lex credendi, lex vivendi lo podemos constatar vivido por Francisco que lo consideraba, aunque no explícitamente, una de las referencias de su experiencia cristiana. La modalidad con que Francisco rezó, y que quiso que fuera también la de la fraternitas minorítica, es decir, el rezo del breviario, es expresión de su fe, la de la Iglesia representada por el pontífice, que se ha expresado en sus vivencias concretas. Por tanto, si se quiere comprender cabalmente las vivencias del santo de Asís y su predicación de paz –con el significado que ha ido asumiendo a lo largo de la historia y sobre todo gracias al pontificado de Juan Pablo II–, no puede olvidarse su fe manifestada mediante la oración, sobre todo litúrgica, y el rezo del breviario.

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